11 de mayo de 2014

Me secaba las lágrimas con el reverso de la mano; aunque sé que nunca debí llorar enfrente tuyo quizás lo hice por el interés que tenías en verme siendo más humana, sé que podría haberlo evitado, pero no lo hice. Me hablabas serio y me mirabas frío, como siempre me gustó de ti, sólo que esa vez dolía.

Era el principio del final y ahí estaba yo, procurando convencerme de que no era así.

El beso del adiós fue el más dulce, venenoso, lento e hiriente. El más triste. De ojos rojos, angustia en el pecho y manos temblorosas. De labios tímidos y caricias lentas.

Nunca supe lo que te pasaba por la cabeza, nunca quise creer que lo que parecía obvio fuese lo que realmente pensabas. Sigo sin creerlo.




Hace poco leí un libro donde el protagonista me recordó a ti.