Quitarme los tacones, dejarlos tirados en una esquina de la sala. Bailar descalza sobre la moqueta granate mientras el gin tonic se derrama a cada movimiento sin importarme lo más mínimo y la música suena. La música. Olvidarse de Leyes anti tabaco. Y reír, reír tanto hasta que salten las lágrimas, se te corra el rimmel y no puedas tenerte recta.
Los días post-concierto me matan, pero por momentos así merece la pena sufrirlos.
¡Vivamos!
1 comentario:
¡Bien dicho!
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