17 de diciembre de 2014

Nada, nada, nada.

Ya sabéis cómo va la vida, salir un martes y acabar con tus amigos de los martes, porque perdidos no somos tantos y ya nos conocemos entre nosotros. Y llovía, y yo me propuse volver a casa temprano, que ya se me había ido demasiado la vida de las manos los meses anteriores, y dar un paseo a las 2.30 de la mañana de aquella parecía una idea maravillosa, porque me autoconvencí de que no era plan gastarme el dinero que no tenía en un taxi y así ahorraba lo del kebab que no me tomé (¡qué sí, señores! que ya me gustan los kebabs también, ¡cuántos progresos!). Y hay mogollón de gente, de chicas más bien, que tienen pánico a andar de noche solas por la calle, pero entre mi cara de taradita mental con mirada desenfocada que ahuyentaría a cualquier violador en potencia y mis pintas estrafalarias más propias de la niña de la curva que de una persona normal no había miedo de nada. Y joder, he vuelto a casa cachonda, mojada y manteniendo la misma mirada, y qué desperdicio con tantas camas libres, tan pocos años y menos compromisos aún.

De la que iba caminando, enchufada, como siempre que me veáis por la calle, al iPod, iba reinventando frases. Muchos no sabréis de qué hablo, pero otros tantos sí (a los que no tengáis ni puta idea os remito a la película de la que siempre hablo, que tampoco menciono muchas y es sencillito, y si no sabéis preguntad), ya sabéis la original: "Y si te sientes solo entonces ve a la tienda de discos y visita a tus amigos". Ya no hace falta ir a tiendas para visitar a nadie, y yo los llevo siempre encima, a esos "amigos" que te venden por una caja de cervezas, y no me sentía tan sola. Y pasé por aquel hotel en el que me secuestraron parte del corazón, y le dije hasta luego.

Y en mi mente todo sonaba más conexo y bonito de vuelta a casa, pero que voy a pedir, que llevo demasiadas cervezas y copas encima, y las cosas salen como salen, y ese halo de dramatismo en mi vida se ha medio disipado, así que tampoco me sale recurrir a él para adornar las palabras. Y en el fondo no quiero que nada suene bonito, que he vuelto a casa, que estoy sana y salva y que me gustaría que hubiese alguien esperando en la cama, que traigo los pies fríos y siempre me cuesta demasiado entrar en calor. Así es mi vida, ya sabéis, desprendiendo nada por los cuatro costados pero haciendo como si fuese algo.



Y mi ciego y yo nos vamos a la cama, así, para hacernos compañía un rato. Al menos hoy no me costará dormir.

No hay comentarios: