10 de diciembre de 2014

Survivor.

Cada uno tenemos nuestros temores, nuestros puntos débiles, las marcas de los puñales, nuestras taritas mentales, lastres que nosotros nos hemos empeñado en poner ahí y con los que se hace tremendamente difícil la convivencia con uno mismo. Que hacen que se nos olvide como iba eso de abrazarse a uno mismo y de sonreír a ese tu que te mira desde el espejo.

He tomado muchas malas decisiones, he sufrido muchas malas decisiones. Cargué con ellas como buenamente pude. Las consecuencias han podido llegar a durar años. Me enseñé, y he aprendido, que no hay mal que por bien no venga (ya sabéis, ese momento drama del que ya he hablado más veces y del que a todos nos gusta presumir está aquí). Y ya os dije, he salido y sigo con vida.

Llamadme loca, y no me preguntéis por qué porque no lo sé, pero estos últimos meses han sido decisivos. No ha sido una sola persona, sino varias, las que me han dicho que se han sorprendido por mi nuevo yo, y joder, yo también estoy sorprendida, y me sale una puta sonrisa roja e inmensa en la cara cada vez que lo oigo. También he escuchado cosas que nunca creí que nadie me fuese a decir y me ha gustado la sensación.

En la entrada anterior hubo quien me comentó que leerme había sido como escuchar el grito de alguien que vuelve a sentir que está vivo, ¡y qué bonito me pareció! Pero sí. Me siento muy viva, como nunca.

Y todo ello son los frutos de aquello que has estado cultivando, que hacen que cojas con mas fuerza eso que ahora tienes entre manos, que te impulsan a moldearlo más a tu antojo, que hacen que no quieras despojarte de ello. Lo que te ha demostrado que lo has conseguido y puedes seguir con ello. Que es lo que te gusta.




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